Algo extraño está pasando, un
ruido raro, una voz que se levanta, los murmullos ya no son tan entredientes, ahí
están esas palabras, queriendo terminar la ruta que va del cerebro a la boca y
de ahí para afuera.
Hay un nuevo discurso en la
calle, hay nuevas voces y opiniones, quienes antes escuchaban a un solo vocero,
omnipresente, omnipotente, con un verbo capaz de todo, ahora se dan cuenta que
no tienen quien se contacte con ellos, porque una cosa es que te caigan a peroratas
y otras muy diferente que te lleguen esas palabras. El discurso está, las
cadenas también, los verbos y los adjetivos suenan igual, pero se pierden. Los
chistes son malos, de pronto la historia volvió a ser aburrida, éste no tiene
cuentos, no canta, no le dio diarrea improvista y si le dio, como que a nadie
le importa. Le falta algo, le falta llegar, conectarse.
Ser obrero no es suficiente, en
las novelas la muchacha pobre es la hija perdida de un millonario porque la
audiencia odiaría que la muchacha terminara sola, pobre y con tres tripones de
padres diferentes. El presidente obrero no emociona, no es una cenicienta, le
falta magia, le falta esa confesión que paraliza las cámaras justo antes de
finalizar el capítulo.
La calle lo sabe, lo dice.
Hay escasez, falta la harina,
falta el cloro, el café, el papel para limpiarse, falta mucho. Falta convencer.
Por años Chávez no tuvo la culpa, por años la papa caliente estaba en cualquier
otro lado, hasta en sus propios ministros, regañados en público, ninguneados en
plena cadena, ante los ojos de todos.
Ese es el rumor que suena, la
gente en la calle habla de la culpa del gobierno. Los rojos más recalcitrantes,
los que culpaban de la escasez a los productores se han encontrado con un
trabalenguas que no entienden, Maduro se reunió con Mendoza para que éste le
tirara un salvavidas, lo saben, pero no lo entienden. El chavista light sabe
desde hace rato que Maduro no es Chávez, pero lo apoyó por disciplina. Ahora
duda. Aquellos que se ponen una franela roja por lo que reciben de vuelta, se están
cansando de las colas, de las horas al sol, de tener que ir de un lado a otro
para completar ese rompecabezas de mil piezas que es hacer mercado.
Hasta se escucha algo impensable,
el reconocimiento de un posible fraude.
Mario Silva, con sus groserías y
desmanes terminó de abrir un grifo que amenaza con inundar la casa y dañar las
alfombras. Aponte Aponte, Makled y otros afectos caídos de la gracia del Señor,
habían hecho denuncias, pero la calle los entendía como traidores que trataban
de salvarse acudiendo al enemigo. Con el señor Silva no pasa eso, él es la voz
de la Revolución, el mismísimo Chávez, en vida, llamaba a su programa, le daba
entrevistas. No es un cualquiera, no son pequeñeces las que denuncia. El pueblo
lo sabe y lo dice.
Ayer fui a una arepera y alguien
pidió una peluda con un juguete de piña, acto seguido le dieron su arepa de
carne mechada y un jugo de piña. Por más raro que hable el pueblo, se hace
entender.
Falta ahora que quien deba
entenderlo, lo haga.
Cuánta falta hace.
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