viernes, 11 de diciembre de 2009

La última hora

Encerrado en su celda un condenado a muerte cavila,
con ojos muy cerrados y mucho temor en el corazón,
del pasado poco recuerda y del futuro no vacila.
Lleva la muerte adelante y el deseo de redención.

Sus crímenes no recuerda, no quiere morir así,
el sudor corre por su frente, un calor ya infernal,
siente la garganta seca y un temor dentro de sí,
sabes que las horas pasan hacia su inminente final.

No hay dolor, ya nada duele, ya nada va a doler,
afuera lo espera una corta caminata hacia la muerte,
su último almuerzo, ahí está, apenas lo puede oler,
puede más el terror que el hambre, el miedo es fuerte.

Pasan los segundos y las horas, pasan rápidamente.
Sus ojos se abren ya, para ver la celda de cada día.
También se abre su corazón a un sentimiento incoherente,
el arrepentimiento que le da no aguantar su cobardía.

Llega ya la hora final, la que precede la caminata a la muerte.
la puerta se abre y ahí están el verdugo y el afable Cura.
El condenado se levanta, se seca el sudor y maldice su suerte.
Prentende correr y escapar llorando de esa locura,
pero las piernas le tiemblan y los amarres lo hatan,
saben que, más que la inyección fatal, sus recuerdo son los que matan.

Llega ya al pabellón, donde el circo cruel lo espera,
se sienta en una silla muy fría para su gusto,
estira las piernas y recuesta su cabeza en la cabezera.
ya no hay frío, dolor, sensación, ni susto.

Sus últimas escuchas, son insultos adoloridos
en medio de llantos y grotescos alaridos.

Muere así el asesino, muere el odiado criminal
y con su muerte también llega este relato a su final.

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