El presidente ha visto demasiadas películas, en especial las épicas y las de guerra, esas donde el gran línder arenga a su pueblo, a su ejército, a sus congéneres. Los estimula, espada en mano, a ir a una batalla casi perdida, donde el enemigo los supera en hombres, en armas y en equipamiento, pero ¡nunca en valor! ¡nunca en compromiso! y claro, el enemigo no tiene un líder como él.
Eso es lo que recuerdo en cada cadena, en cada Aló Presidente, cada vez que el Presidente está en la radio o la televisión. Cierro los ojos y lo veo ahí, con falda escocesa, pintada la cara de azul, con la espada en la mano (la misma que camina y ha hecho cojear a la América Latina), cual Willian Wallace en Corazón Valiente, gritando que podrán quitarnos todo, menos la libertad.
O tal vez podemos ver a nuestro gran y único líder, ataviado en sus colores militares, casco en mano, como el General Patton, hablando del papel fundamental de cada soldado, que no mueren, simplemente se desvanecen hacia la gloria eterna.
Pero por más que trate de engañarme, con los ojos cerrados, no puedo. Chávez no es Wallace y menos es Patton y sus enemigos no son los ingleses o los japoneses, alemanes o italianos. Los enemigos de la revolución son tan venezolanos como los mismos revolucionarios o hasta más, porque no cuentan con cubanos, iraníes o soldados de otras latitudes.
Tampoco son los tiempos para eso. No peleamos por la independencia o contra una amenaza mundial, de hecho, no debería haber pelea alguna, a no ser una abierta guerra al hampa. Pero no es así.
Esto me trae a una última gran arenga. La de Aragon en el Señor de los Anillos, El Regreso del Rey, tremendo discurso a los pies de las puertas negras de Mordor, esa sí es la manera de llamar a una guerra, hasta provoca pelearla. Pero esa pelea ni se dio. Los pequeños y escurridizos Hobbits ganaron la lucha sin lanzar ni un golpe, con más inteligencia. Algo que puede faltar en las grandes arengas, especialmente las que se dicen con el corazón o las tripas.
Pero eso es lo que hay. Muchas palabras, poco cerebro